25.7.19
Las aventuras de una escorpión ascendente piscis - Un momento de claridad en las tinieblas
Una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
Enredándonos, sintiéndonos, los unos a los otros, las unas a los otros.
Siendo más joven creía que, rogando y aferrándome lo suficiente, los momentos maravillosos, aquellas escenas llenas de amor, inundadas de cariño, de alegría, de brillo... no pasarían. Pensaba que sufriendo por su ausencia, las viviría de nuevo.
He comenzado a entender que todo lo que tenemos son momentos. Breves, pero muy luminosos, que nos recuerdan el verdadero valor de la vida, de este proceso a veces caótico que nos permite aprender tanto.
Momentos, espacios que duran parpadeos, que nos hablan de lo eterno, de lo infinito del universo (o de los universos). Momentos en los cuales somos inmortales a través del amor en todo su amplio espectro de expresiones.
Cuando yo quería retener las grandes alegrías, e inclusive los grandes momentos de lucidéz, la vida me mostró, una y otra vez su verdadera naturaleza: todo cambiaría, todo se movería.
"Me gustaría quedarme estática aquí, entre tus brazos, pero siempre las cosas se mueven y se mueven y se mueven"
Porque lo único seguro es el cambio. Porque está en la naturaleza de la energía transformarse, sin destruirse.
Y me pasa siempre que cuando comienzo a acostumbrarme a algo, ese algo se dinamiza, cambia, o cambio yo y lo veo desde otra perspectiva.
Supongo que gran parte de madurar se trata de abrazar este cambio, de saber llevar aquel zigzageo entre la alegría y la tristeza, la angustia y la calma, el dolor y el placer. O de fluir entre la luz y la oscuridad, en aquella gran onda que alterna lo oculto con lo visible cada cierta cantidad de tiempo.
"Como la rueda de la fortuna"
Esta toma de conciencia acerca de la imposibilidad de "atrapar" los momentos hermosos, me ha significado también dejar de lado el deseo de "controlar" mucho lo que sucede en mi propia vida. Si todo es un movimiento constante, en muchas direcciones (como una gran red, de una complejidad tan abismante que no puedo graficar con palabras ni con dibujos sus flujos, direcciones, sentidos, significados, equilibrios, etc.), entonces querer controlarlo es perder tiempo y energía.
No creo que mis acciones no tengan repercusiones en todo esto, es solo que no creo tener un papel gravitante en el gran mapa del universo. (Qué raro se nos hace a los humanos sentir esto no? especialmente a algunos hombres de la historia... y a algunos que conozco.) Mi voluntad no puede detener el movimiento y el cambio que le es inherente.
De hecho, siento que debería comprenderlo al revés: tengo la posibilidad de, mediante este constante movimiento, otorgarle un significado profundo, y un anhelo tremendo a una acción tan simple como ser abrazada por otro ser humano. O tener a un gato desconocido durmiendo en mi falda en mitad de la noche, y en mitad de la calle.
Porque por simple o trillado que suene, se necesita sentir dolor para poder sentir placer, hay que sufrir para poder estar dichoso, hay que estar viva para morir.
O hay que no-ser-abrazada para poder sentirme infinita en los brazos de alguien amado. El abrazo no sería abrazo si hubiésemos nacido abrazados.
Esta alternancia me lleva a pensar también en que, tal como escuché por ahí, el único camino para sanar un gran dolor es a través de él. No se puede evadir, pues eso no es superarlo. Hacer maniobras evasivas es hacer oídos sordos a su presencia, que estará siempre penando.
Atravesarlo, y vivirlo, permite conocerlo, y tal vez comprenderlo. Y así ir construyendo sanación a las heridas. Es que hay situaciones que hay que vivir, cosas que tienen que pasarte para extraer lecciones importantes.
El dolor, así, podrá traer consuelo. Y de esa forma moverse, transformarse.
Creo que de eso se trata (arriesgando simplificar mucho) la verdadera antiquísima alquimia.
La vida entonces ya no sería un conjunto de objetivos que se van cumpliendo con el pasar de los años, como en una lista donde chequeas logros y te angustias por las tareas incumplidas, sino un grandioso y mutable proceso lleno de luces, de espirales y de curvas. Un proceso multiforme que es único para cada ser, y que alguna manera nos conecta.
Como aquel hombre sencillo y sabio le escribió al rey en su anillo: "Esto también pasará".
(Escrito en algún momento del 2018, cuando hacía frío)
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